domingo, 19 de marzo de 2023

Beyblade: Saga Metal – Una retrospectiva. Parte 2

Fandom: Beyblade
Nivel de conocimiento previo requerido: Bajo o nulo
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Un sabio niño de cabello verde y pocas palabras dijo una vez:

Esas palabras describen de maravilla lo que el villano principal de Beyblade: Metal Fusion significó para mí. El rango de emociones que ese personaje me hizo experimentar durante el periodo de transmisión de la serie no se compara a nada que haya sentido antes, y posiblemente ningún otro personaje durante el resto de mi existencia le llegue a su nivel de impacto.

Apareciendo por primera vez en el episodio 11, y teniendo su primer rol importante en el episodio 13, llegamos por fin a mi personaje favorito de todos los tiempos. Damas y caballeros, aquí arranca mi historia con…

RYUGA

Tras invadir la base de operaciones de Doji y Dark Nebula, nuestros héroes son sorprendidos cuando medio edificio es destruido en segundos. Mientras todos se reagrupan, un nuevo villano entra en escena: un villano que literalmente no hizo más que despertar de su sueño para liberar el poder que inició el derrumbe. Nuestro protagonista, Gingka Hagane, pronto queda frente a su mayor enemigo, aquel cuyos actos lo obligaron a comenzar su viaje por la senda heroica. Con una risa malvada y un saludo sarcástico, somos introducidos a Ryuga: el Emperador Dragón.

“¡Gingka Hagane! ¡Me sorprende encontrarte otra vez! ¿Sigues molesto conmigo?” - Primer diálogo de Ryuga en el episodio 13.

En la parte anterior, mencioné cómo los villanos de Beyblade hasta este punto se habían encargado de expandir mi definición acerca de lo que es un villano. Sin embargo, lo que me pasó con Ryuga fue un nivel más lejos.
Hasta este punto de mi vida, ningún villano me había generado las ganas de querer verlo más seguido. Para mí, el abuchear sus planes era instintivo, y el verlos poco tiempo era algo bueno porque significaba que los héroes serían más felices.

Todo en Ryuga apuntaba a que tenía un corazón completamente retorcido. Su voz (propiciada en el doblaje latino por el talentoso Héctor Emmanuel Gómez) rebosaba en locura, malicia, burla, ego y sadismo. Sus diálogos llevaban esos aspectos a un nivel exagerado. Su mirada era la de un psicópata, y su semblante y postura denotaban sobremanera su arrogancia y poder.
Ryuga pasó todo su tiempo en el episodio 13 dándole una soberana paliza a Gingka. El mismo Gingka que se la pasó proclamando el poder del amor con palabras y con acciones durante los doce episodios anteriores ahora estaba siendo zarandeado como trapo viejo, tanto física como emocionalmente, por Ryuga.

Al terminar este treceavo episodio, el protagonista queda humillado y llorando ante el villano. Esta fue mi primera vez viendo a un héroe cayendo en combate ante su enemigo y cerrando un episodio con un final deprimente. Supongo que es por esto que Ryuga causó una impresión tan grande en mi yo de 10 años, haciéndome anhelar su regreso. Era claro que Ryuga todavía no había mostrado su verdadero potencial, así que el misterio de su límite de poder era intrigante a más no poder. Y luego estaba su Beyblade: L-Drago. La serie hablaba de L-Drago como un Bey milenario único en su clase y portador de un poder maligno. El combo de la actitud enloquecida de Ryuga y las peligrosas habilidades de L-Drago era digno de temerse.

Pero, a pesar de nunca dejar de probar su malicia, había algo

Diez años después, sigo sin poder explicarlo en breve, pero hay algo en el villanesco Ryuga que me hace quererlo y apreciarlo. Hay una chispa en su personaje que no sabía poner en palabras. Una chispa que se roba la atención cada vez que entra en escena. No sólo es que la serie le dé atención por ser el antagonista principal. Es como si su mera presencia manipulara el resto de su universo y lo volviese el centro de todo.
Supongo que mis padres también notaron lo mucho que me interesaba Ryuga, pues el primer y único Beyblade que ellos me compraron fue un Lightning L-Drago de Hasbro. Todavía conservo este juguete, y le tengo muchísimo cariño. De pequeña incluso le hablaba como si se tratase de un amigo imaginario, supongo que porque todos en el Ánime les hablaban así a sus Beys.

El Internet dice que el valor de este pequeño no sobrepasa los 400 pesos mexicanos. Para mí, su valor es incalculable. Por desgracia, no tengo su caja, ni su instructivo, ni la tarjetita con el código al reverso; de seguro los perdí en una mudanza.

Pero regresando al tema, Ryuga volvería a ser un foco central en el episodio 14, pero después de eso, sus apariciones se volverían esporádicas y breves: unos cuantos segundos en los capítulos 15 y 20, unos dos minutos en el capítulo 23, y otra vez un par de segundos en los capítulos 28 y 34. Para mi yo de 10 años, esto atentaba contra mi paciencia. En esas contadas apariciones, Ryuga se mantenía como ese personaje insuperable cuya habilidad completa estaba lejos de ser mostrada. Se notaba que Beyblade: Metal Fusion estaba guardando lo mejor para el final, y que no me dejaría disfrutar a este intrigante villano tan fácilmente.

Por fin llegaron los episodios 35 y 36: los primeros en mucho tiempo en enfocarse en Ryuga. Aquí fue donde mi yo de 10 años por fin pudo salir del trance en el que había entrado tras conocer al peliblanco, pues al finalizar el episodio 36 por fin caí en la cuenta de algo: “Oh, rayos… ¿por qué me alegra ver al villano? Yo no debería estar feliz por ver al villano”.
Esta pequeña revelación no fue coincidencia, pues justamente en esta dupla de episodios es que la serie se pone las pilas para recordarte que Ryuga es el malo. Antes, los personajes sólo se la pasaban hablando de lo malo que Ryuga era, pero el hecho de que el personaje estuviera tan contenido hacía que, de cierto modo, esos diálogos se quedaran sólo como eso: simples diálogos vacíos.

Pero en los episodios 35 y 36, Beyblade agarra el valor para demostrarte lo mucho que la presencia del maligno peliblanco está afectando su entorno. Hay noticieros hablando de sus actos, los rumores de su supuesta invencibilidad rondan entre la gente, otros combatientes de talla nacional tiemblan ante su presencia, y hasta hay agentes secretos infiltrándose en sus cuarteles en un intento por descubrir el secreto de su peligroso poder. Y al mismo tiempo que el mundo del Beyblade va cayendo en la cuenta de que Ryuga es un desastre andante, él también revela su verdadera y monstruosa esencia poco a poco.

La cosa empeora desde los episodios 40 y 41, pues es aquí donde el torneo nacional. En esta competencia para determinar al mejor combatiente de Japón, Ryuga derrota a su primer rival en menos de un minuto, y lo hace de una forma que roza lo genuinamente aterrador. Pero, aun así, yo seguía queriendo verlo, al mismo tiempo que me regañaba a mí misma por querer verlo. Fue más o menos en esas fechas que me di cuenta de lo mucho que este personaje me importaba. No era que deseara verlo ganar y conquistar el mundo. La cosa era que su estatus como “la muralla inescalable” de Beyblade: Metal Fusion me hacía desear ver cómo rayos podía existir alguien así. ¿Cómo puede un combatiente ser así de poderoso? ¿Cómo puede un ser humano actuar de forma tan cruel? ¿Existe un límite en su fuerza o en su maldad? ¿Qué se tiene que hacer para ver ese límite? La magia de Ryuga como personaje –la magia que logró engancharme a él– estaba en el misterio formado alrededor de su persona.

Hubiese sido genial poder desvelar el misterio de Ryuga conforme la temporada avanzaba, pero…

COINCIDENCIAS DESAFORTUNADAS

La economía latinoamericana a veces es cruel. Cuando la situación familiar se pone dura, se tienen que recortar gastos innecesarios. Y si somos sinceros, el servicio de cable es un gasto innecesario.
Mi madre había estado laborando en un ambiente de trabajo que podríamos describir como “tóxico”. Cuando los problemas con su jefa llegaron a un punto crítico, mi madre renunció a ese empleo para buscar uno mejor. Sin embargo, su bajo nivel de estudios no volvería muy fácil la tarea, así que mientras ella encontraba trabajo, tuvimos que cortar el cable (y otros gastos innecesarios).

Si bien no recuerdo exactamente cuándo fue cortado el cable, sí estoy segura de que no llegué a ver más allá del capítulo 44 de Beyblade: Metal Fusion, o sea que me perdí al menos 7 episodios. No pude ver el final de la temporada, y considerando que para este punto Beyblade ya se había vuelto mi mayor hiperfijación, se podrán imaginar lo mucho que esto me afectó. Recuerdo rogarles a mis padres tanto como pude el no cortar el servicio de cable, y hasta recuerdo haberles dicho que dejaran de darme mi mesada para que con eso ajustaran para pagarlo. Si bien hoy en día me río de esos recuerdos, sé que mi yo de 11 años estuvo destrozada por no poder ver el final de la temporada.

Por suerte, me tomó pocas semanas para encontrar un medio alternativo para ver Beyblade.

Por esas fechas, la Biblioteca Pública en mi localidad solía organizar cursos de verano en las vacaciones de julio-agosto. A mí me encantaba ir a esos cursos para tener una excusa por la cual devorarme los libros infantiles de la Biblioteca.
Fue gracias a mi asistencia a los cursos de verano que tuve la oportunidad de ver cómo la Biblioteca abría una pequeña sección nueva llena de computadoras de escritorio. En ese entonces yo ya entendía los conceptos básicos del uso de una PC de escritorio; pero no tenía idea de que existía una tecnología capaz de conectar todas las PCs del planeta. De este modo, aquellos cursos de verano se convirtieron en mi primer contacto con el alucinante mundo del Internet.

Mi hermano, quien siempre fue mejor que yo moviéndose por el mundo de lo digital, fue quien me enseñó las bases más elementales de cómo utilizar Google, y siendo un gamer de nacimiento, también me enseñó a entrar a un sitio web lleno de juegos Flash. Pero cuando eventualmente me aburrí de los videojuegos, mi curiosidad me llevó a toparme con el sitio web oficial de Disney XD. Ahí descubrí que en Internet era posible encontrar videos (porque había varios clips de las series animadas del canal), por lo que ya se imaginarán cuál fue mi acto inmediato: busqué “beyblade metal fusion episodios” en Google.

Así se veía la página de Disney XD cuando la conocí.

Esta búsqueda resultó en mi primer contacto con YouTube, y como en aquel entonces las normas de Derechos de Autor no eran la barbaridad que son hoy en día, no me tomó mucho tiempo encontrar la temporada completa en español latino.

Y así se veía YouTube cuando lo conocí.

Sólo había un pequeño problema: ¿recuerdan que Beyblade es un programa serializado, y que por ello es necesario ver cada capítulo para entender la trama? Pues como mi yo de 11 años nunca se había puesto a pensar en eso, no tenía idea de cual era el número del último capítulo que vi. Recuerdo que me puse a buscar los episodios en reversa (primero el 51, luego el 50, luego el 49, luego el 48, y así sucesivamente) hasta toparme con el último que vi, lo que inevitablemente arruinó varias de las sorpresas que me aguardaban. En fin: esto me sirvió de lección para tener muy en mente cómo funciona un programa serializado, por lo que desde ese día me aseguré de anotar en un cuaderno los números de los episodios futuros de Beyblade sólo para asegurarme de no perder la cuenta.

Eventualmente llegué a los episodios 49, 50 y 51: el final de temporada… y mi primer contacto con lo que podría considerarse “body horror”. Aquellos que sepan lo que ocurre en esta trilogía de episodios finales no pueden negar que la cosa se llega a poner bastante turbia con L-Drago; de hecho, no es muy difícil encontrar en Internet algunos comentarios de aquellos ayeres que narran lo mucho que les asustaron las escenas explícitas de body horror. Yo me cuento entre esas personas que tuvieron pesadillas tras ver el final del episodio 50 y el inicio del 51, y en una nota más cómica, recuerdo que incluso escondí a mi propio Lightning L-Drago en lo más profundo de un cajón por miedo a que me fuese a hacer lo mismo que le hizo a Ryuga en esa trilogía final. Lo sé: fui una niña muy asustadiza, e incluso hoy en día lo sigo siendo un poco.

Tras pasar unos pocos meses alejada del Beyblade debido al pequeño trauma que me causaron los episodios 49, 50 y 51, lo que me hizo regresar fue descubrir que una nueva temporada iniciaría su emisión pronto. Titulada “Beyblade: Metal Masters”, esta segunda parte de la Saga Metal fue, para mi yo de 11 años, tan buena como Metal Fusion. En efecto, mi experiencia con Metal Masters fue tan similar a la de Metal Fusionque otra vez me perdí el final de temporada en televisión.

Verán: yo no era la única en mi familia que extrañaba tener televisión por cable. Mi padre quería volver a ver sus programas favoritos de vehículos y cacería, pero como mi madre todavía no encontraba trabajo, él buscó una alternativa… no muy honesta… para recuperar la señal de cable a un precio menor: pedirle a nuestro vecino que nos la pasara, a cambio de que nosotros pagáramos el 50% del servicio. Por si no lo saben, compartir un mismo servicio de cable entre más de una casa es un delito.

En aquel entonces, yo no tenía idea de que estábamos obteniendo cable de manera ilegal. Yo sólo sabía que Disney XD estaba de regreso en mi televisor, y que podía ver Metal Masters sin necesidad de ir a la biblioteca. Disfruté las rondas selectivas del equipo japonés. Disfruté las rondas del Campeonato Mundial contra China, Rusia, África, la Unión Europea y Brasil. Casi me dio un infarto cuando Ryuga volvió reformado y dispuesto a ayudar a los héroes con sus problemasY casi lloré al descubrir que volvimos a perder la señal de cable en los últimos episodios de la temporada.
Mencioné que llegué a ver cinco rondas del Campeonato Mundial: China, Rusia, África, la Unión Europea y Brasil. Pues bien: Brasil es la penúltima ronda. La final sería disputada contra Estados Unidos, pero cuando iba aproximadamente en el capítulo 38, la compañía proveedora se dio cuenta de la artimaña entre mi padre y nuestro vecino, y nos dio un ultimátum de “cese y desista” a menos que quisiéramos enfrentar consecuencias legales. Mi padre por fin me confesó que llevábamos meses (casi un año) robando la señal de cable, pero que ahora que lo habían descubierto, la única opción era obedecer el ultimátum.

A pesar de que no me gustó repetir la experiencia de no ver el final de temporada en televisión, el hecho de que esta ya fuese la segunda ocasión en que ocurría me permitió sobrellevarlo de mejor modo. Primero, como mencioné hace unos párrafos, comencé a elaborar una lista de episodios en un cuaderno desde que inició la segunda temporada, así que supe con exactitud en qué punto me había quedado para retomar los episodios faltantes en YouTube. Además, considerando que para este punto en mi vida ya llevaba alrededor de un año teniendo un leve contacto con el Internet, mis habilidades para navegar en él ya eran un poquito mejores. Así, vi el final de temporada de Metal Masters con mucha más calma que el final de temporada de Metal Fusion.

Hasta anoté los títulos de los episodios con marcadores de colores, pues como el título de cada episodio venía acompañado con un Beyblade en el fondo, me resultaba más fácil qué ocurrió en qué capítulo viendo el color de mi apunte y recordando con él al Beyblade de fondo.

Tal vez… con demasiada calma.

Y es que cuando la primera temporada de la Saga Metal comenzó su emisión, fuimos muchos los chicos de mi edad que entramos en el furor del Beyblade. Para cuando la segunda temporada estaba terminando su emisión, eso había cambiado.
El peor aspecto de tener una hiperfijación… es que muchas veces no tienes con quién compartirla

 

CONTINUARÁ… [Link a la parte siguiente]

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